Flora Cantábrica

Matias Mayor

Archivo del 23 agosto, 2016

FRASE DEL DIA 23,816

23 agosto, 2016 Autor: admin

image002Santa Rosa de Lima fue una santa mística de primer orden, que llevó una vida de grandes penitencias por amor a Dios y a los demás

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Fue primero terciaria franciscana y después terciaria dominica y, a pesar de buscar siempre la soledad para estar a solas con Dios y no perder tiempo en cosas o conversaciones inútiles, era muy alegre. Por eso podemos llamarla la alegría de Dios. Amaba a los animalitos. Le gustaban mucho las flores y, sobre todo, le gustaba cantar y manifestar su amor a Jesús por medio de sus canciones. Su alegría la expresaba cantando. Su oración muchas veces era cantar o repetir jaculatorias de amor.

 

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Otro instrumento divino de penitencia era su corona de espinas. La criada indígena Mariana de Oliva, que tenía su misma edad y que se había criado en su casa desde los dos años, afirma que debajo de la toca de su hábito llevaba una corona de espinas. La corona era como de una pulgada de ancho, toda ella por la parte de dentro llena de puntas. Para ponérsela hacía que esta testigo le rapase la cabeza y lo hacía muy a menudo y hallaba la cabeza muy lastimada. Al cabo de dos años, poco más o menos, que usaba de ella, sucedió que su padre le llegó con la mano a la cabeza donde tenía la corona y le salieron unos hilos de sangre… Y esta fue ocasión para que su madre investigara. Y vino a saber que la causa había sido la corona que traía,que antes no lo había sabido. Y esta testigo muy de ordinario se la ponía a la bendita santa y le ataba una cinta blanca alrededor de la corona con que la encubría39

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veía cambiar el rostro de la imagen de la Virgen del Rosario o del niño Jesús y así sabía cuándo estaban contentos y le concedían lo que pedía o cuándo estaban tristes y no querían conceder sus peticiones a causa de los pecados de los interesados.

Según declara el padre Lorenzana, tenía el don muy grande

De los escritos de santa Rosa de Lima. El salvador levantó la voz y dijo, con incomparable majestad: «¡Conozcan todos que la gracia sigue a la tribulación. Sepan que sin el peso de las aflicciones no se llega al colmo de la gracia. Comprendan que, conforme al acre- centamiento de los trabajos, se aumenta juntamente la medida de los carismas. Que nadie se engañe: esta es la única verdadera escala del paraíso, y fuera de la cruz no hay camino por donde se pueda subir al cielo!» Oídas estas palabras, me sobrevino un impetu pode- roso de ponerme en medio de la plaza para gritar con grandes clamores, diciendo a todas las personas, de cual- quier edad, sexo, estado y condición que fuesen: «Oíd pueblos, oíd, todo género de gentes: de parte de Cristo y con palabras tomadas de su misma boca, yo os aviso: Que no se adquiere gracia sin padecer aflicciones; hay necesidad de trabajos y más trabajos, para conse- guir la participación íntima de la divina naturaleza, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta hermosura del alma.» Este mismo estímulo me impulsaba impetuosamente a predicar la hermosura de la divina gracia, me angus- tiaba y me hacía sudar y anhelar. Me parecía que ya no podía el alma detenerse en la cárcel del cuerpo, sino que se había de romper la prisión y, libre y sola, con más agilidad se había de ir por el mundo, dando voces: «¡Oh, si conociesen los mortales qué gran cosa es la gracia, qué hermosa, qué noble, qué preciosa, cuántas ri- quezas esconde en sí, cuántos tesoros, cuántos júbilos y delicias! Sin duda emplearían toda su diligencia, afanes y desvelos en buscar penas y aflicciones; andarían todos por el mundo en busca de molestias, enfermedades y tormentos, en vez de aventuras, por conseguir el tesoro último de la constancia en el sufrimiento. Nadie se que- jaría de la cruz ni de los trabajos que le caen en suerte, si conocieran las balanzas donde se pesan para repartir- los entre los hombres

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