Flora Cantábrica

Matias Mayor

Archivo del 20 febrero, 2018

Frases del dia 16,2,18

20 febrero, 2018 Autor: admin

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TERESA NEUMANN, ESTIGMATIZADA DEL SIGLO XX

 

 

La vida de Teresa Neumann es una de las grandes maravillas que Dios ha realizado en la tierra. Jesús la hizo participar de los dolores de sus llagas y durante 35 años sólo se alimentó de la comunión diaria. Las principales fuentes para escribir su vida las he tomado, en primer lugar, del Diario del padre Naber, su párroco desde 1909 hasta 1960, y su guía y director espiritual hasta su muerte en 1962.

 

 

ENFERMEDADES Y CURACIONES CIEGA, SORDA Y MUDA

 

 

Su padre regresó de la guerra el 9 de marzo de 1918 y ella ya soñaba con irse de misionera, pero los planes de Dios eran diferentes. Al día siguiente, 10 de marzo, estalló un incendio en la finca contigua y Teresa fue de las primeras en acudir. Se subió a un banco y cogía los cubos llenos de agua que la gente le pasaba y los entregaba al amo de la finca incendiada. Su esfuerzo fue demasiado grande y en un determinado momento se cayó y se torció la columna vertebral. La segunda y tercera vértebra lumbar se salió de su lugar, aplastando el cordón nervioso central, lo que la llevó a un entumecimiento progresivo, debiendo guardar cama. Las tentativas de curación en el hospital de Waldsassen no dieron resultado.

 

 

El 17 de marzo de 1919 quedó además totalmente ciega y, por períodos, quedaba también totalmente sorda y muda por otitis purulenta. Lo que más le hacía sufrir era ser carga para su familia y no poder valerse por sí misma. Ella, que había sido siempre la más fuerte, ahora estaba totalmente inutilizada y sin posibilidades de curación de acuerdo a la opinión de los médicos. Le costó un par de años comprender su misión de misionera orante y sufriente, y aceptar el plan de Dios. Fueron siete largos años de inmovilidad total en los que creció espiritualmente y en los que rezaba continuamente a su gran amiga Teresita del niño Jesús, pidiendo por su beatificación.

 

 

CURACION DE SU CEGUERA Y ÚLCERAS

 

El día de la beatificación de sor Teresita de Lisieux o del niño Jesús, el 29 de abril de 1923, sin que ella se diera cuenta de la coincidencia, le pareció ver en sueños a alguien que tocaba su almohada. Se despertó y podía ver. Entonces llamó con su bastón, con unos golpes, desde el segundo piso donde estaba. Al llegar su madre, le dio la gran noticia. Su madre, un poco incrédula, le hizo describir unas flores que había en su habitación y se pudo convencer de que era cierto. Toda la familia se sintió feliz. Pero eso era solo un paso. Todavía seguía paralizada y con fuertes calambres. La pierna izquierda se retrajo y, por una contracción muscular, quedó debajo de la parte superior del muslo derecho

 

 

Teresa sólo podía estar acostada de espaldas, lo que le ocasionó úlceras en la espalda y en las piernas. El pie izquierdo le supuró durante medio año. El médico temió que hubiera que amputar el pie (abril de 1925). Su madre estaba angustiada y lloraba constantemente. Teresa, conmovida por el llanto de su madre, pidió su curación y se hizo colocar por su hermana Zenzl, a primeros de mayo, una hoja de rosa que había tocado las reliquias de santa Teresita. Al retirar la venda, se pudo comprobar que la hoja de rosa estaba fija en la venda con todo el pus y que la herida estaba completamente curada y en su lugar había piel fresca. En una carta a su amiga la señorita Simson, antigua maestra de escuela de Konnersreuth, Teresa le explicó la curación de su ceguera: La Semana Santa la pasé muy enferma. Ese estado se prolongó hasta el 25 de abril. Recibí por la tarde los santos sacramentos de los moribundos… El 29 de abril volví a abrir los ojos un poco, pero estaba realmente muy agotada. De repente, cuando abrí los ojos, pensé que estaba soñando.

 

 

 

Ante mis ojos, estaba todo claro y llamé a mi madre. Vino enseguida, pensando que me encontraba peor. Apenas podía decirle mi felicidad y mi alegría. Le dije: “¡Qué flores blancas tan hermosas!”… Imagínese la alegría de aquel domingo. El sábado era todo negro y el domingo todo lo veía nítido y bien. Mil gracias a Dios y a la querida Teresita. Un año antes el doctor Seidl le decía a mi tía: “Con los ojos está perdida toda esperanza y sería necesario un milagro para sanar”… El día anterior, 28 de abril, el médico había dicho: “Contigo no hay nada que hacer”. Pero los médicos no pueden ver el futuro. Eso es algo que Dios se ha reservado únicamente para nuestro bien. Yo me abandono a la providencia divina. El buen Dios puede hacer conmigo lo que quiera. Si me quiere curar, bien está; si me deja 50 años más sufriendo en mi cama, también está bien para mí; si vuelve a quitarme la luz de los ojos, eso es también cosa suya; si me deja morir, sería mi alegría mayor. A veces tengo mucha añoranza del cielo, pero quizás tengo todavía que subir muchos escalones en mi empinado vía crucis5 .

 

 

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CURACIÓN DE SU INMOVILIDAD

 

El 17 de mayo de 1925 Teresa se puso a gritar y todos acudieron a ver. Estaba en éxtasis y, de pronto, se incorporó sin ayuda de nadie, pudiendo caminar. Le refirió al padre Naber que había visto una luz maravillosa desde la cual una voz le preguntaba si quería curarse. Ella respondió que todo lo que viene del buen Dios está bien y que Él sabía lo que era mejor para ella. La voz le volvió a preguntar: ¿Te alegrarías si pudieras hoy levantarte y caminar?. Ella dijo: “Me alegro de todo lo que viene del buen Dios. Me alegra todo: las florecillas, los pájaros y hasta un nuevo sufrimiento. Lo que más me alegra es mi querido Salvador”. La voz le explicó: “Hoy puedes experimentar una pequeña alegría. Puedes levantarte. Haz la prueba, yo te ayudo”6 . La misma voz le dijo: Hermana mía, los comienzos de tu apostolado están marcados por el sello de la cruz. El Señor te trata como a una privilegiada, pues prefiere reafirmar su reinado en las almas por el sufrimiento más que por predicaciones brillantes. Esto ya lo he escrito antes. El padre Naber buscó y encontró que estas palabras eran de santa Teresa del niño Jesús, que se las dirigía a su hermano espiritual, el padre Roulland el 9 de mayo de 1897.

 

 

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Santa Teresita era la que la sanó de nuevo en ese día, 17 de mayo de 1925, que era el mismo día de su canonización. El 11 de junio sus padres la llevaron, después de siete años, a la iglesia. Era el día del Corpus Christi, gran fiesta de la Eucaristía. Medio pueblo se había reunido en la plaza para verla del brazo de su padre, pues sus piernas estaban todavía un poco débiles. El 30 de setiembre, aniversario de la muerte de santa Teresita, estaba ella en cama, recitando las letanías en honor de la santa, cuando se le presentó de nuevo en una luz maravillosa y la voz amiga le dijo que podía caminar sin ayuda. Al día siguiente, fue ella sola a la iglesia.

En una carta que le escribió a una religiosa de Oberschönenfeld, excompañera de clase, el 16 de junio de 1925, Teresa le dice: El dolor principal, el de la columna vertebral, ha desaparecido por completo. La parte mala, gracias a Dios, está completamente bien, los cartílagos están bien derechos. Te lo voy a contar. El 17 de mayo, día de la canonización de santa Teresa, estaba completamente sola en mi habitación haciendo el mes de mayo y rezando el rosario. De pronto, todo se hizo claro y bellamente luminoso delante de mí. Al principio me asusté y lancé dos gritos que oyeron y vinieron a verme. Pero, cuando subieron, yo no vi ya ni oí a mis queridos padres. Al ver aquella luz, comenzó enseguida a hablar una voz muy dulce, que me preguntó si quería ser curada. Yo dije: “Para mí todo está bien, vivir y morir, estar sana o estar enferma; lo que el buen Dios quisiera hacer conmigo, está bien para mí. Entonces la voz me dijo: – ¿Te gustaría valerte por ti misma? – Yo siempre tengo alegría en todo. – Al Señor le agrada que estés tan entregada. Ahora puedes vivir tú también una pequeña alegría. Pero tendrás que sufrir todavía mucho y largo. Yo siempre estoy a tu lado y seguiré ayudándote. Ningún médico puede ayudarte. Ahora puedes sentarte, pruébalo, yo te ayudaré… Después la voz me habló del sufrimiento y me dijo: “Esto ya lo he escrito antes”. Más tarde mi confesor reconoció que la frase era de de santa Teresita, pues la encontró en sus escritos7 .

 

 

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