Flora Cantábrica

Matias Mayor

Fraes del dia 1,5.19


 

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Beata Alejandrina María da Costa

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  En 1918 ocurrió un acontecimiento que marcó la vida de Alejandrina para siempre. Se encontraba en una habitación de la planta alta de su casa en compañía de Deolinda y otra joven, tres hombres se acercaron y exigieron con voz sugestiva que les dejaran pasar. Al Alejandrina asomarse por la ventana reconoció a unos de los hombres que había sido quien la acosara años atrás cuando trabajaba en el campo. Rápidamente cerró la puerta pero los hombres lograron entrar por una puerta de escape que había en el techo. Deolinda y la otra joven pudieron escapar pero Alejandrina quedó acorralada por este hombre en el esquinero de la habitación. Ella gritaba: «¡Jesús, ayúdame!», azotándolo con su rosario. Detrás de ella había una ventana, a unos 13 pies de altura sobre la planta baja. Era su única salida. Ella prefirió lanzarse a una posible muerte antes que consentir a la pasión baja de aquel hombre.

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    El golpe de la caída fue muy severo y el dolor era agudo. Rechinando sus dientes agarró un trozo de madera y se arrastró hacia la casa. Su columna vertebral fue lastimada irreparablemente. Alejandrina tenía 14 años. Fueron largos los años de un dolor que aumentaba incesantemente, la incapacidad y la depresión se incorporaron, pero jamás consintió la desesperación o el desfallecimiento.

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    Completamente paralizada, el 14 de abril, de 1924, quedó postrada en cama de por vida, a los 20 años de edad. Su familia desconsolada oraba por ella todas las noches. Se reunían alrededor de su cama, prendían dos velas a la estatua de la Santísima Virgen y rezaban el rosario de rodillas. Alejandrina pasaba el día meditando, orando y clamando a Nuestra Santísima Madre por su sanación; le pedía a Jesús «su bendición desde el cielo y desde todos los tabernáculos del mundo».

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La profesora de Balasar, Doña Concepción, que gozó durante muchos años de la confianza de los Costa y de los Directores espirituales de Alejandrina, que a ella confiaran el transcribir las cosas íntimas de la enferma, habiéndosele pedido escribir alguna cosa sobre la caridad de Alejandrina, nos envió esta página: «Alejandrina fue muy caritativa desde pequeña, pedía prestado a la madre ropa blanca de cama para los enfermos pobres, después, ya adolescente, confeccionaba vestidos para los niños y para los mendigos. Era siempre feliz cuando, de cualquier modo, podía dar limosna a los ancianos y a los niños.

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Con mucha discreción, a los ricos que la visitaban, ya enferma, les hablaba de las necesidades de otros de los que tenía conocimiento. Daba también de aquello que tenía, llegando hasta despojarse de tantas cosas necesarias, y a contraer deudas, que por su confianza en la Divina Providencia, consiguió siempre liquidar.

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Ayudó a varias familias a construir su casa propia, a otras prestó dinero para el mismo fin, consiguió internar en hospicios a niños y niñas, de estos algunos hoy ganan el pan, gracias a la formación recibida, otros porque son anormales, se encuentran en instituciones de beneficencia, lejos de los peligros y con la seguridad del pan y del vestuario.

 

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Escribió en su diario: «La limosna, la caridad bien practicada es la base de todas las cosas, nada hay que ayude a lo espiritual como es auxiliar en las cosas materiales cuando esto es necesario. Cuánto bien se podría hacer a las almas, quitando el hambre, cubriéndoles el cuerpo y poniéndolas al cubierto de tantas miserias. ¿Y no merece Jesús todo esto?». (28-2-1948)

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