Flora Cantábrica

Matias Mayor

Archivo del 9 abril, 2021

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9 abril, 2021 Autor: admin

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Madre Teresa de Calcuta

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En setiembre de 1946 la Madre Teresa tenía 36 años y debía ir al convento de Darjeeling, enclavado a los pies del Himalaya, a unos 650 kilómetros de Calcuta para hacer sus ejercicios espirituales anuales. Durante su viaje en tren, tuvo un encuentro místico con Cristo. Fue lo que ella llamó la llamada dentro de la llamada. Ella dijo: Fue una llamada dentro de mi vocación. Era una segunda llamada. Era una vocación a abandonar incluso Loreto, donde estaba muy feliz, para ir a las calles a servir a los más pobres de los pobres. Fue en aquel tren donde oí la llamada a dejarlo todo y seguirle a Él en los barrios más miserables. Yo sabía que era su voluntad y que tenía que seguirle. No había duda de que iba a ser su Obra 49.

 

 

Ese día, 10 de setiembre, ella empezó a recibir una serie de locuciones interiores, que continuaron hasta la mitad del año siguiente. Oía la voz de Jesús y conversaba con Él. Él le llamaba con ternura esposa mía, mi pequeñita y ella le decía: Mi Jesús, Jesús mío. Ese día sería recordado como el día del comienzo de la Congregación y como el día de la inspiración.

 

 

Estos pensamientos fueron causa de mucho sufrimiento, pero la voz continuaba diciendo: ¿Te negarás? Un día, durante la sagrada comunión, oí la misma voz muy claramente: Quiero religiosas indias, víctimas de mi amor, quienes serían María y Marta, quienes estarían tan unidas a Mí como para irradiar mi amor sobre las almas. Quiero religiosas libres, revestidas con mi pobreza de la Cruz. Quiero religiosas obedientes, revestidas con mi obediencia de la Cruz. Quiero religiosas llenas de amor, revestidas con la caridad de la Cruz. ¿Te negarás a hacer esto por Mí? Te has hecho mi esposa por amor a Mí, has venido a la India por Mí. La sed que tenías de almas te trajo tan lejos. ¿Tienes miedo a dar un nuevo paso por tu esposo? ¿Por Mí y por las almas? ¿Se ha enfriado tu generosidad? ¿Soy secundario para ti? Tú no moriste por las almas, por eso no te importa lo que les suceda. Tu corazón nunca estuvo ahogado en el dolor como lo estuvo el de mi Madre. Ambos nos dimos totalmente por las almas ¿Y tú? Tienes miedo de perder tu vocación, de convertirte en seglar, de faltar a la perseverancia. No, tu vocación es amar y sufrir y salvar almas y, dando este paso, cumplirás el deseo de mi Corazón para ti. Ésa es tu vocación. Vestirás con sencillas ropas indias o más bien como vistió mi Madre, sencilla y pobre. Tu hábito actual es santo, porque es mi símbolo. Tu sari llegará a ser santo, porque será mi símbolo.

 

 

Traté de persuadir a Nuestro Señor de que intentaría llegar a ser una religiosa muy fervorosa y santa de Loreto, una verdadera víctima aquí en esta vocación, pero la respuesta vino muy clara de nuevo. Quiero hermanas indias Misioneras de la Caridad, que serán mi fuego de amor entre los más pobres, los enfermos, los moribundos, los niños pequeños de la calle. Quiero que me traigas a los pobres. Las hermanas ofrecerán sus vidas como víctimas de mi amor. Me traerán estas almas a Mí. ¡Sé que eres la persona más incapaz, débil y pecadora, pero precisamente porque lo eres, te quiero usar para mi Gloria! ¿Te negarás? Estas palabras, o más bien esta voz, me atemorizaron. El pensamiento de comer, dormir, vivir como los indios, me llenaba de miedo. Recé largo rato, recé mucho. Le rogué a Nuestra Madre María que le pidiese a Jesús que apartara de mí todo esto. Cuanto más rezaba, más claramente crecía la voz en mi corazón y así recé para que Él hiciera conmigo todo lo que quisiera. Él pidió una y otra vez.

 

 

Luego, una vez más, la voz fue muy clara: Has dicho siempre “haz conmigo todo lo que desees”. Ahora quiero actuar, déjame hacerlo, mi pequeña esposa, mi pequeñita. No tengas miedo, estaré siempre contigo. Sufrirás y sufres ahora, pero si eres mi pequeña esposa, la esposa de Jesús crucificado, tendrás que soportar estos tormentos en tu corazón. Déjame actuar. No me rechaces. Confía en Mí amorosamente, confía en Mí ciegamente. Pequeñita, dame almas, dame las almas de los pobres niñitos de la calle. Cómo duele, si tú lo supieras, ver a estos niños pobres manchados de pecados. Anhelo la pureza de su amor. ¡Si sólo respondieras a mi llamada y me trajeras estas almas, apartándolas de las manos del maligno! ¡Si sólo supieras cuántos pequeños caen en pecado cada día! Hay conventos con numerosas religiosas cuidando a los ricos y los que pueden valerse por sí mismos, pero para mis pobres no hay absolutamente ninguna. Es a ellos a quienes anhelo y amo. ¿Te negarás? Pide a su Excelencia que me conceda esto como agradecimiento por los veinticinco años de gracia que le he dado.

 

 

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