Flora Cantábrica

Matias Mayor

Archivo del 11 noviembre, 2020

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11 noviembre, 2020 Autor: admin

Palabras de la propia Lucia de Fátima

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Apariciones de Nuestra Señora

No me detengo a describir la aparición del día 13 de mayo; es

de V. Excia. Rvma. bien conocida. Es también bien conocido por V.

Excia. Rvma. el modo cómo se informó mi madre del acontecimento

y los esfuerzos que hizo para obligarme a decir que había mentido.

Las palabras que la Santísima Virgen nos dijo en este día, y que

acordamos no revelar nunca, fueron (después de decirnos que

iríamos al Cielo):

– ¿Queréis ofreceros a Dios, para suportar todos los sufrimientos

que Él quiera enviaros, en acto de reparación por los pecados

con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los

pecadores?

– Sí, queremos – fue nuestra respuesta.

– Tendréis, pues, que sufrir mucho, pero la gracia de Dios será

vuestra fortaleza.

El día 13 de junio se celebraba en nuestra parroquia la fiesta

de S. Antonio. Era costumbre en este día sacar los rebaños muy de

madrugada; y, a las nueve de la mañana, se encerraban ya en los

corrales, para ir a la fiesta. Mi madre y mis hermanas que sabían lo

mucho que me gustaba la fiesta, me decían entonces.

– ¡Vamos a ver si tú dejas la fiesta para ir a Cova de Iría para

hablar allí con esa Señora!

En ese día nadie me dirigió la palabra, portándose conmigo

como quien dice: “Déjala, vamos a ver lo que hace”. Saqué, pues,

mi rebaño de madrugada, con la intención de encerrarlo en el corral

a las nueve, ir a Misa de diez, y en seguida irme a Cova de Iría.

Pero he aquí que, poco después de salir el sol, me viene a llamar

mi hermano: que fuese a casa porque varias personas que estaban

allí me querían hablar. Quedó, pues, él con el rebaño y yo fui a

ver para qué me querían. Eran algunas mujeres y hombres que

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venían de Minde, de los lados de Tomar, Carrascos, Boleiros, etc.

(17), y que deseaban acompañarme a Cova de Iría. Les dije que

aún era temprano y les invité a que vinieran conmigo a la Misa de

ocho. Después volví a casa. Esta buena gente me esperó en nuestro

patio a la sombra de nuestras higueras.

Mi madre y mis hermanas mantuvieron su actitud de desprecio

que, en verdad, me afectaba mucho y me dolía tanto como los

insultos. Alrededor de las once salí de casa, pasé por casa de mis

tíos, donde Jacinta y Francisco me esperaban, y nos fuimos a Cova

de Iría a esperar el momento deseado. Toda aquella gente nos seguía,

haciéndonos mil preguntas. En este día yo me sentía

amargadísima: veía a mi madre afligida, que quería a toda costa

obligarme, como ella decía, a confesar mi mentira. Yo quería satisfacerla,

pero no encontraba cómo hacerlo sin mentir. Ella nos había

infundido a nosotros, sus hijos, desde pequeños, un gran horror

a las mentiras y castigaba severamente a aquel que dijese

alguna.

– Siempre –decía ella– conseguí que mis hijos dijesen la verdad;

y ahora, ¿he de dejar pasar una cosa de éstas a la más joven?

Si todavía fuese una cosa más pequeña…; pero ¡una mentira

de éstas que trae a tanta gente engañada…!

Después de estas lamentaciones, se volvía a mí y decía:

– Dale las vueltas que quieras, o tú desengañas a esa gente,

confesando que mentiste, o te encierro en un cuarto, donde no

podrás ver ni la luz del sol. A tantos disgustos, sólo faltaba que se

viniese a juntar una de estas cosas.

Mis hermanas se ponían a favor de mi madre; y a mi alrededor

se respiraba una atmósfera de verdadero desdén y desprecio.

Recordaba entonces los tiempos pasados y me preguntaba

a mí misma: ¿dónde está el cariño que hasta hace poco mi familia

me tenía? Y mi único desahogo eran las lágrimas derramadas delante

de Dios, ofreciéndole mi sacrificio. En este día, pues, la

Santisima Virgen, como adivinando lo que me pasaba, además de

lo que ya narré, me dijo:

– Y tú, ¿sufres mucho? No te desanimes. Yo nunca te abandonaré.

Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te

conducirá a Dios.

(17) Estos lugares están situados en un área de 25 kms de Fátima

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Jacinta, cuando me veía llorar, me consolaba diciendo:

– No llores. Seguramente son éstos los sacrifícios que el Ángel

dijo que Dios nos enviaría. Por esto, tus sufrimientos son para

reparar y convertir a Él los pecadores.

Dudas de Lucía (18)

Por este tiempo, el Párroco de mi feligresía supo lo que pasaba,

y mandó decir a mi madre que me llevase a su casa.

Esta respiró al fin, juzgando que el Párroco iría a tomar la responsabilidad

de los acontecimientos. Por eso, me decía:

– Mañana vamos a Misa muy de mañanita. Y luego, vas a casa

del señor Cura. Que él te obligue a confesar la verdad, sea lo que

fuere; que te castigue; que haga de ti lo que quiera; con tal de que

te obligue a confesar que has mentido, yo quedo contenta.

Mis hermanas también tomaron el partido de mi madre; e inventaron

un sinnúmero de amenazas para asustarme con la entrevista

del Párroco.

Informé a Jacinta y a su hermano de lo que pasaba; los cuales

me respondieron:

– Nosotros también vamos. El señor Cura también mandó decir

a mi madre que nos llevara; pero mi madre nunca nos dice nada

de estas cosas ¡Paciencia! Si nos castigan, sufriremos por amor

de Nuestro Señor y por los pecadores.

Al día siguiente, fui allá, detrás de mi madre, quien por el camino

no dijo ni una palabra. Yo confieso que temblaba, a la espera de

lo que iba a suceder. Durante la Misa, ofrecí a Dios mis sufrimientos;

y después, atravesé el atrio detrás de mi madre, y subí las

escaleras del porche de la casa del Sr. Párroco. Al subir las primeras

gradas, mi madre se volvió hacia mi y me dijo:

– No me enfades más. Ahora dices al Sr. Párroco que mentiste,

para que él pueda el domingo en la Misa decir que fue una

mentira, y así pueda acabar todo. Esto no tiene ni pies ni cabeza;

¡toda la gente corriendo a Cova de Iría a rezar delante de una carrasca!

(18) Conviene anotar que se trata simplemente de un estado de confusión o perplejidad,

provocado por las circunstancias familiares y por la prudente actitud

del Párroco. De ninguna manera puede considerarse como una auténtica

duda de Lucía.

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Sin más, llamó a la puerta. Vino la hermana del buen Párroco,

que nos mandó sentarnos en un banco y esperar un poco. Por fin

vino el Señor Párroco. Nos mandó entrar en su despacho, hizo

señal a mi madre para que se sentase en un banco y a mí me llamó

junto a su escritorio. Cuando vi a su Rvcia. interrogándome con

tanta paz y amabilidad, quedé admirada. No obstante, me quedé a

la expectativa de lo que viniera. El interrogatorio fue muy minucioso

y, casi me atrevería a decir, agobiante. Su Rvcia. me hizo una

pequeña advertencia; porque, decía:

– No me parece una revelación del Cielo. Cuando se dan estas

cosas, de ordinario, el Señor manda a esas almas, a las que se

comunica, dar cuenta de lo que pasa a sus confesores o párrocos;

ésta, por el contrario, se retrae cuanto puede. Esto también puede

ser un engaño del demonio. Vamos a ver. El futuro nos dirá lo que

tenemos que pensar.

Jacinta y Francisco animan a Lucía

Lo que esta reflexión me hizo sufrir, sólo el Señor puede saberlo,

porque sólo Él puede penetrar en nuestro interior. Comencé,

entonces, a dudar si las manifestaciones serían del demonio que

procuraba, por ese medio, perderme. Y como había oído decir que

el demonio traía siempre la guerra y el desorden, comencé a pensar

que, de verdad, desde que veía estas cosas, no había habido

ya más alegría ni bienestar en nuestra casa. ¡Qué angustia la que

sentía! Manifesté a mis primos mis dudas. Jacinta respondió:

– No es el demonio, ¡no! El demonio dicen que es muy feo y

que está debajo de la tierra, en el infierno; ¡y aquella Señora es

tan bonita!, y nosotros la vimos subir al Cielo.

Nuestro Señor se sirvió de esto para desvanecer algo mis

dudas. Pero en el transcurso de este mes, perdí el entusiasmo por

la práctica de los sacrificios y mortificaciones, y titubeaba si decir

que había mentido, y así terminar con todo. Jacinta y Francisco

me decían:

– ¡No hagas eso! ¿No ves que ahora es cuando tú vas a mentir,

y que mentir es pecado?

En este estado tuve un sueño, que vino a aumentar las tinieblas

en mi espíritu: vi al demonio que, riéndose por haberme enga86

ñado, hacía esfuerzos para arrastrarme al infierno. Al verme en sus

garras, comencé a gritar de tal forma, llamando a Nuestra Señora,

que acudió mi madre, la cual, afligida, me llamó preguntándome lo

que tenía. No recuerdo lo que le respondí, de lo que sí me acuerdo

es que en aquella noche no pude dormir más, pues quedé tullida

de miedo. Este sueño dejó en mi espíritu una nube de verdadero

miedo y aflicción. Mi único alivio era verme sola, en algún rincón

solitario, para llorar allí libremente.

Comencé a sentir aborrecimento hasta de la compañía de mis

primos; por eso, comencé a esconderme también de ellos. ¡Pobres

criaturas! a veces andaban buscándome, llamándome por mi nombre,

y yo cerca de ellos sin responderles, oculta, a veces, en algún

rincón hacia donde ellos no atinaban a mirar.

Se aproximaba el día 13 de julio y yo dudaba si iría allá. Pensaba:

si es el demonio, ¿para qué he de ir a verlo? Si me preguntan

por qué no voy, digo que tengo miedo que sea el demonio el que se

nos aparece y que por eso no voy. Jacinta y Francisco que hagan lo

que quieran; yo no vuelvo más a Cova de Iría. La resolución estaba

tomada, y yo, decidida a ponerla en práctica.

El día 12 por la tarde, comenzó a juntarse la gente que venía

a asistir a los acontecimientos del día siguiente. Llamé, entonces,

a Jacinta y Francisco y los informé de mi resolución. Ellos respondieron:

– Nosotros vamos. Aquella Señora nos mandó ir allá.

Jacinta se ofreció para hablar con la Señora. Pero le dolía que

yo no fuese y comenzó a llorar. Le pregunte por qué lloraba:

– Porque tú no quieres ir.

– No; yo no voy. Oye: si la Señora te pregunta por mí, dile que

no voy porque tengo miedo de que sea el demonio.

Y los dejé solos para irme a esconder y, así, no tener que

hablar con las personas que me buscaban para preguntarme. Mi

madre que me creía jugando con los otros niños, durante todo este

tiempo que me escondía detrás de unas matas de un vecino, que

lindaba con nuestro Arneiro, un poco al este del pozo, ya tantas

veces mencionado, cuando llegaba a casa por la noche, me reprendía

diciendo:

– Esta sí que es una santita, de ficción. Todo el tiempo que le

sobra de estar con las ovejas, lo pasa en los juegos, de tal forma

que nadie la encuentra.

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Al día siguiente, al llegar la hora en la que debía partir, me

sentí de repente impulsada a ir, por una fuerza extraña y que no

me era fácil resistir. Me puse entonces en camino, pasé por la casa

de mis tíos para ver si aún estaba allí Jacinta. La encontré en su

cuarto, con su hermano Francisco, de rodillas, a los pies de la cama,

llorando.

– Entonces, ¿vosotros no vais?, les pregunté.

– Sin ti, no nos atrevemos a ir. Anda, ven.

– Allá voy, les respondí.

Entonces, con el semblante alegre, partieron conmigo. El pueblo,

en masa, nos esperaba por los caminos. Con esfuerzo conseguimos

llegar allá. Fue este el día en que la Santísima Virgen se

dignó revelarnos el secreto. Después, para reanimar mi fervor decaído,

nos dijo:

– Sacrificaos por los pecadores, y decid a Jesús muchas veces,

especialmente siempre que hagáis algún sacrifício: Oh Jesús,

es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en reparación

de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María.

Incredulidad de la madre de Lucía

Gracias a nuestro buen Dios, en esta aparición se desvanecieron

las nubes de mi alma y recupere la paz. Mi pobre madre se

afligía cada vez más, al ver la gran cantidad de gentes que allí

venían de todas las partes:

– Esta pobre gente –decía ella– viene, con certeza, enganãda

por vuestros embustes; y realmente no sé qué hacer para desengañarla.

Un pobre hombre que se jactaba de hacernos burla, de

insultamos y de llegar, a veces, a ponernos las manos encima, un

día le preguntó:

– Entonces tú, María Rosa, ¿qué me dices de las visiones de

tu hija?

– No lo sé –le respondió–, me parece que no deja de ser una

embustera que trae a medio mundo engañado.

– No digas eso muy alto, porque alguien sería capaz de matarla.

Me parece que por ahí hay alguien que no la quiere bien.

– ¡Ah! ¡No me importa!, con tal que la obliguen a confesar la

verdad. Yo he de decir siempre la verdad, sea contra mis hijos o

contra quien fuere, aunque fuera contra mi misma.

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Y verdaderamente así era. Mi madre decía siempre la verdad,

aunque fuera contra sí misma. Este buen ejemplo le debemos sus

hijos.

Un día, pues, determinó de nuevo obligarme a desmentirme,

como ella decía; y por ello decidió llevarme al día siguiente (19),

otra vez, a casa del Sr. Párroco para que yo le confesara que había

mentido, pedirle perdón y hacer las penitencias que su Rvcia.

juzgase y quisiese imponerme. Realmente el ataque, esta vez,

era fuerte y yo no sabía qué hacer. En el camino pasé por casa de

mis tíos, dije a Jacinta, que aún estaba en la cama, lo que me

pasaba, y me fui detrás de mi madre. En el escrito sobre Jacinta,

ya dije a V. Excia. la parte que ella y el hermano tomaron en esta

prueba que el Señor nos envió, y cómo me esperaban en oración

junto al pozo, etc.

Por el camino, mi madre me fue predicando su sermón. En

cierto momento, yo le dije temblando:

– Pero, madre mía, ¿cómo he de decir que no vi, si yo vi?

Mi madre se calló; y, al llegar junto a la casa del Párroco,

me dijo:

– Tú escúchame: lo que yo quiero es que digas la verdad: si

viste, dices que viste; pero si no viste, confiesa que mentiste.

Sin más, subimos las escaleras y el buen Párroco nos recibió

en su despacho, con toda amabilidad y yo diría que hasta con cariño.

Me interrogó con toda seriedad y delicadeza, sirviéndose de

algún artifício, para ver si yo me desmentía, o si cambiaba una

cosa por otra. Por fin, nos despidió, encogiéndose de hombros,

como diciendo: “No sé qué decir ni qué hacer de todo esto”.

Las amezanas del Administrador

Pasados no muchos días, mis tíos y mis padres reciben orden

de las autoridades para comparecer en la Administración, al día

siguiente, a la hora marcada; con Jacinta y Francisco, mis tíos; y

conmigo, mis padres. La Administración está en Vila Nova de Ourém;

por eso, había que andar unas tres leguas, distancia bien considerable

para unos niños de nuestra edad. Y los únicos medios de

viajar en aquel tiempo, por allí, eran los pies de cada uno, o alguna

(19) El mencionado ‘día siguiente’ fue el 11 de agosto de 1917.

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burrita. Mi tío respondió enseguida que comparecía él; pero que a

sus hijos no los llevaba:

– Ellos, a pie, no aguantan el camino –decía él– y montados

no irían seguros encima del animal, porque no están acostumbrados.

Además, no tengo por qué presentar en un tribunal a dos niños de

tan corta edad.

Mis padres pensaban lo contrario:

– La mía, va; que responda ella. Yo de estas cosas no entiendo

nada. Y, si miente, está bien que sea castigada.

Al día siguiente, muy de mañana, me montaron encima de una

burra, de la que me caí tres veces en el camino, y allá fui acompañada

de mi padre y de mi tío. Me parece que ya conté a V. Excia.

Rvma. cuánto sufrieron en este día Jacinta y Francisco pensando

que me habían matado. A mí lo que más me hacía sufrir era la

indiferencia que mostraban por mí mis padres; esto lo veía más

claro cuando observaba el cariño con que mis tíos trataban a sus

hijos. Recuerdo que en este viaje me hice esta reflexión: “¡Qué

diferentes son mis padres de mis tíos! Para defender a sus hijos se

entregan ellos mismos. Mis padres muestran la mayor indiferencia

para que hagan de mí lo quieran; pero, paciencia –decía en el interior

de mi corazón–, así tengo la dicha de sufrir más por tu amor, oh

Dios mío, y por la conversión de los pecadores”. Con esta reflexión

encontraba siempre consuelo.

En la Administración fui interrogada por el Administrador en

presencia de mi padre, mi tío y varios señores más, que no sé

quiénes eran. El Administrador quería forzosamente que le revelase

el secreto, y que le prometiese no volver más a Cova de Iría.

Para conseguir esto, no se privó ni de promesas ni de amenazas.

Viendo que nada conseguía, me despidió manifestando que lo había

de conseguir, aunque para ello tuviese que quitarme la vida. Mi

tío recibió una buena reprensión por no haber cumplido la orden;

después de todo esto, nos dejaron volver a nuestra casa.

Más disgustos familiares

En el seno de mi familia había todavía otro disgusto, del que

yo era la culpable, según decían ellos. Cova de Iría era una propiedad

perteneciente a mi padre. En el fondo tenía un poco de terreno

bastante fértil, en el cual se cultivaba bastante maíz, legumbres,

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hortalizas, etc. En las laderas había algunos olivos, encinas y robles;

pero desde que la gente comenzó a ir allá, nunca más pudimos

cultivar cosa alguna. La gente lo pisaba todo. Gran cantidad

iba a caballo, y los animales terminaban comiéndoselo y destrozándolo.

Mi madre, lamentando estas pérdidas, me decía:

– ¡Tú ahora cuando quieras comer, se lo vas a pedir a esa

Señora!

Mis hermanas añadían:

–Tú ahora sólo debías comer de lo que se cultiva en Cova

de Iría.

Estas cosas me dolían tanto, que yo no me atrevía a coger ni

un pedazo de pan para comer.

Mi madre, para obligarme a decir la verdad, como ella decía,

llegó, no pocas veces, a hacerme sentir el peso de algún palo destinado

a la lumbre, que se encontrase en el montón de leña, o el de

la escoba. Pero, como al mismo tiempo era madre, procuraba después

levantarme las fuerzas decaídas, y se afligía al verme consumir

con la cara paliducha, temiendo que fuese a enfermar. ¡Pobre

madre!; ahora sí que comprendo de verdad la situación en que se

encontraba y tengo pena de ella. En verdad ella tenía razón en

juzgarme indigna de un favor así, y por ello me creía mentirosa.

Por una gracia especial de nuestro Señor, nunca tuve el menor

pensamiento ni movimiento en contra de su modo de proceder

en relación a mi persona. Como el Ángel me había anunciado que

el Señor me enviaría sufrimientos, vi siempre en todo ello la acción

de Dios, que así lo quería. El amor, la estima y el respeto que le

debía continuó siempre aumentando, como si me acariciase mucho.

Y ahora le estoy más agradecida por haberme tratado así, que

si hubiese continuado criándome entre mimos

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